Entre ellos se encontraba un hombre inválido que llevaba enfermo treinta y ocho años. Cuando Jesús lo vio allí, tirado en el suelo, y se enteró de que ya tenía mucho tiempo de estar así, le preguntó: —¿Quieres quedar sano?
En los tiempos de la Biblia, la lepra era una enfermedad de la piel incurable, que causaba deformidades físicas y a la cual las personas le temían. Esto significaba que muchas víctimas de la enfermedad no acudían a actividades públicas. Estas personas vivían alejados de los demás. Esto es un buen ejemplo de lo que nos hace el pecado. El pecado es una enfermedad que afecta tanto a jóvenes como ancianos, grandes y pequeños. Nos aleja de Dios y de los demás.
A veces nos rehusamos a ser Sanados
En 2 Reyes en el Antiguo Testamento, encontramos la historia de un hombre llamado Naamán. Él era el jefe del ejército de Siria en los tiempos del profeta Eliseo. Naamán estaba enfermo con lepra y le habían dicho que el profeta podía sanarlo. Así que fue a verle. Pero en vez del profeta atenderle, éste le envió a un mensajero con instrucciones para que se lavara en el río Jordán.
Naamán se enojó mucho y se fue muy ofendido diciendo: «¡Yo creí que el profeta saldría a recibirme personalmente para invocar el nombre del Señor su Dios, y que con un movimiento de la mano me sanaría de la lepra! ¿Acaso los ríos de Damasco, el Abaná y el Farfar, no son mejores que toda el agua de Israel? ¿Acaso no podría zambullirme en ellos y quedar limpio?» Furioso, dio media vuelta y se marchó (2 Reyes 5:11-12).
La Humildad es parte de la Cura
Al principio, el orgullo de Naamán no le permitió aceptar la “receta” del profeta Eliseo. De la misma manera, hoy día, muchas personas permiten que su orgullo se interponga para aceptar el plan de Salvación de Dios.
Pero los oficiales de Naamán le dieron un mejor consejo. Ellos lo convencieron de hacer lo que el profeta le había mandado. “Así que Naamán bajó al Jordán y se sumergió siete veces, según se lo había ordenado el hombre de Dios. ¡Y su piel se volvió como la de un niño, y quedó limpio!” (2 Reyes 5:14)
“Cuando oigan hoy su voz, no endurezcan el corazón…” (Hebreos 3:15).
Desde que nacemos, todos estamos “infectados” con algo peor que la lepra. Esto es el pecado. No tan solo son nuestras acciones, sino también nuestra propia naturaleza humana, las cuales ofenden la santidad de Dios. “Tú no eres un Dios que se complazca en lo malo; a tu lado no tienen cabida los malvados” (Salmos 5:4).
¿Cuál es el resultado del pecado? “El pecado, una vez que ha sido consumado, da a luz la muerte” (Santiago 1:15). No tan solo la muerte física, sino separación eterna de Dios. En último libro de la Biblia donde se describe el cielo, se nos dice: “No se permitirá la entrada a ninguna cosa mala ni tampoco a nadie que practique la idolatría y el engaño…” (Apocalipsis 21:27). Afortunadamente, el versículo continúa diciendo: “Solo podrán entrar los que tengan su nombre escrito en el libro de la vida del Cordero”.
El camino de Dios no tan solo es el mejor camino; es el único camino. Naamán fue sanado de su lepra cuando se humilló y se sometió a Dios. Jesús, el Cordero de Dios, está dispuesto a lavar tus pecados. ¿Estás dispuesto a confiar en Él, hoy?
Ora esta semana:
Padre, ayúdame a preocuparme de mi salud espiritual así como me preocupo de mi salud física, y a compartir con los demás cómo Jesús puede sanar sus almas.